El problema radica en que muchos saben que Macri es una estafa, pero lo votan igual porque su vanidad no les permite asumir su propia equivocación. Eligieron mal y no se pueden hacer cargo del engaño y frustración que un gato les propinó. Es más una cuestión de ego propio, de no dar a torcer el brazo, antes que una elección por el mérito de un estafador como Macri. Un verdadero estafador.
Por supuesto, que también está la gorilada que se ve representada por sus exclamaciones autoritarias, de gritos destemplados, exabruptos, raptos de ira, de manifestaciones sectarias, de proyecciones psicológicas y acusaciones sin pruebas, de proclamas cuasi religiosas porque no tienen fundamentos. Hay que creer, sin más. Es una falsa empatía que pretende lograr, tan superficial como la decoración globofila que va quedando en el olvido.
Los Cambiemos representan la Posverdad. Son esa ilusión virtual que quisieron instalar, creyendo que con un Twitter se come o se pagan las tarifas. Y algo más perverso, porque se creyeron su propio cuento, que podían correr la raya del bien y del mal y que ellos eran lo indiscutible.
