Mi papá era un médico que amó a sus pacientes, amó su trabajo por encima de todo. Hizo lo que le gustaba, sanar a las personas y no miraba de que clase era o cuál era su obra social. Atendía a todos y esa era su justicia.
Su utopía era ser médico y lo logró. Te sacaba la radiografía, la revelaba, te enyesaba, te cocía, y te daba el antibiótico. Te daba un concejo, te enseñaba.
Recibía a los recién nacidos, pero antes controlaba a la “parturienta” y se quedaba a su lado hasta que venían las contracciones. También acompañaba al enfermo terminal y le dolía tener que hacerlo.
El sanatorio, era el eje de su vida junto a otros socios y médicos y enfermeras que transitaron tantos años de sanar. Tal vez, un pequeño Favaloro, un Maradona médico, que eligió venir a Las Rosas y hacer su historia.
Nos legó su disciplina, honestidad, rectitud, aplicación al estudio, a los libros, curiosidad por aprender, solidaridad, espíritu de aventura.
Trabajó mucho y merece descansar en el sitial de los generosos. Camina a mi lado y lo voy a extrañar.